Seda | Comentario personal

¿Vas a leer Seda? —me había preguntado la colochita el último jueves de junio, unas horas antes de la reunión del Club de la Buena Estrella en que se comentaría hasta el final del libro— Me interesa escuchar tu opinión. 

Asentí con una sonrisa. Mi deuda de lectura y mi ausentismo de las reuniones del club han ido en vergonzoso aumento en este 2023, un año en que el tiempo y los ánimos han sido bienes escasos. 

De hecho no pude cumplir con mi promesa a tiempo de la última reunión. El mes de julio ya se había apropiado del calendario cuando por fin me dispuse a iniciar la lectura. El cielo nublado y el típico silencio de la mañana de domingo creaban la atmósfera perfecta para leer un libro como este, un breve relato de viajes que contiene una historia de amor y otra de obsesión. Narrado con tono apacible, lenguaje aterciopelado y ritmo parsimonioso, el libro es corto pero engañoso; no se puede (o no se debe) acelerar su lectura. El lector cae preso de su compás contenido y nostálgico, tal como el espectador de una puesta de sol apenas puede atinar a contemplarla, sin capacidad alguna de alterar su duración natural. 

Mientras leía, una leve garúa comenzó a asperjar techos y ventanas, como para ponerse a tono con la suavidad del relato, como para "observar el destino del mismo modo en que la mayoría suele observar un día de lluvia". 



Me parece que la historia de Hervé Joncour es suficientemente buena e interesante. Pero lo verdaderamente remarcable en Seda es su uso del lenguaje y la musicalidad de sus frases. Alessandro Baricco describe los personajes y su entorno con frases cortas (a veces aparentemente inconexas pero plenas de contexto) y abundantes en lirismos. El resultado es arrobador e hipnótico.

La construcción de algunos párrafos (y el efecto que provocan) me hace recordar la escena de Amélie y el ciego en la célebre película francesa de 2001. La buena obra se limitaba a ayudar al invidente a cruzar la calle, pero "Amélie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma. En ese instante todo es perfecto: la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente, que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad, la invade de golpe". Amélie decide ir más allá y se convierte en los ojos del ciego, narrándole todo cuanto ve durante el breve recorrido. "Venga, le ayudo. Un escalón. Aquí viene la viuda del tambor de la banda, lleva su uniforme desde que él murió. ¡Cuidado, el caballo ha perdido una oreja! El marido de la florista se ríe, tiene arrugas de pillo. ¡En la pastelería hay chupachups! Mmm... ¿Huele eso? ¡El tendero ofrece rajas de melón! Eso es helado de turrón. Pasamos por la charcutería, jamón, 79, costillas, 45. La quesería, el picadón de ardeche, 12.90,  y el cabécou, 23.50. Un bebé mira a un perro, que mira los pollos asados. Ahora estamos en el kiosko, delante del metro.  Aquí lo dejo, ¡hasta luego!" Al ciego se le inflama el pecho de emoción, bulle exultante, ¡lo ha visto todo! Así como nosotros, que hemos podido percibir la seda aun con los ojos vendados, con todos los sentidos, en la prosa de Baricco.

La lluvia pausó por un momento. Hervé Joncour partió para Egipto. Yo puse a hervir agua para el café. A los camarotes llegaba el olor de la cocina. La colochita se levantó y me encontró leyendo. Llegó a tiempo para la Misa Mayor. ¿Qué te ha parecido el libro? La tarde del tercer día vieron delfines brillar en el horizonte como olas borrachas. Este Baricco es tremendo poeta. En la ruleta caía siempre el dieciséis. ¿Te apetece un café y hacemos club? Háblame de los delfines.

Me pareció encontrar un guiño, una firma personal del autor, en la manera en que  Hervé responde al desafío de Hara Kei, "intentad decirme quién sois". Baricco describe la forma narrativa de Hervé, pero en ese afán parece describir la suya propia.

"Hervé Joncour intentó contarle quién era. Lo hizo en su propia lengua, hablando lentamente, sin saber con precisión si Hara Kei era capaz de comprender. Instintivamente renunció a cualquier prudencia, refiriendo sin invenciones y sin omisiones todo lo que era verdad, simplemente mezclaba pequeñas minucias y eventos cruciales con la misma voz y los gestos apenas acentuados, imitando la hipnótica andadura, melancólica y neutral, de un catálogo de objetos salvados de un incendio. Hara Kei escuchaba, sin que la sombra de una expresión descompusiera los rasgos de su rostro. Tenía los ojos fijos en los labios de Hervé Joncour, como si fueran las últimas líneas de una carta de adiós. En la habitación todo estaba tan silencioso e inmóvil que lo que sucedió de repente pareció un acontecimiento enorme y, sin embargo, fue una pequeñez".

Llamada telefónica, invitación espontánea y cambio de planes: almuerzo en casa de mis viejos. Libro en pausa y nosotros en marcha. La cocina de mi hermana. Una buena sopa. Una larga sobremesa. Anécdotas y carcajadas. Las puteadas de rigor a los políticos. Lluvia de fondo. Mi vieja y la colochita preparando la masa para el pan. La siesta. El fútbol. El olor al café de la tarde. Mi viejo feliz. La bendición de identificar la felicidad mientras ocurre. Con cuidado detengo el tiempo, por todo el tiempo que quiero. La lluvia que sigue cayendo como el destino que se precipita sobre cada uno de nosotros y nos empapa. El retorno a casa y al libro. El final de la historia. La resaca de una lectura embriagante. Hay días maravillosos que se deslizan en el tiempo como la seda y se quedan colgados en recuerdos.

No es la primera vez que tengo contacto con un texto de Baricco. Hace algunos años leí Novecento, una pieza teatral con un personaje brutal, un huérfano virtuoso del piano que nace, crece y vive toda su vida en un crucero, sin animarse a dejar el barco jamás. La tierra firme es para él una embarcación demasiado grande, un viaje demasiado largo, una mujer demasiado hermosa, un perfume demasiado intenso, una música que no sabe tocar. Sin saber mucho más de la obra de Baricco, me parece curioso que su pianista y su comerciante de gusanos de seda sean sujetos superados por la situación, absorbidos por una suerte de temor a ejercer control de sus vidas y arropados bajo una pasmosa conformidad con su destino. El piano es finito en sus ochenta y ocho teclas, el mundo allá afuera es infinito... es el piano de Dios.

Hervé Joncour es un tipo que prefiere no decidir, que fluye con el curso de las cosas, que se deja llevar. Disiento, sin embargo, con los que ven en él a un pusilánime. Hervé es capaz y diligente en el cumplimiento de lo que se le encomienda, y tiene suficiente valor como para emprender un riesgoso viaje al fin del mundo. Parece, si, evitar a toda costa los conflictos y la toma de decisiones que puedan cambiar por completo su vida. Por supuesto, entiendo bien que eso le granjee antipatías entre muchos lectores. Es más fácil admirar personajes decididos y repetir poemas de valentía y determinación como el ¡Piu avanti! de Almafuerte o el Invictus de William Ernest Henley.  Pero creo que al final la vida se parece más a la de un náufrago en una isla desierta, solo y a merced de las fuerzas de la naturaleza, apenas resignado a mantenerse respirando, esperando cada día lo que buenamente le traiga la marea. 


Eso fue cierto en el caso de Hervé "hasta que vio los ojos de ella fijos en los suyos, perfectamente mudos". Fue la obsesión, más que el amor, lo que pudo despojar a Hervé de la razón, de la mesura y de la aceptación de la vida como viene. La pasión ocasionada por el deseo no consumado, la añoranza de lo que nunca fue y un obsesivo delirio apenas alimentado con miradas silentes, roces a ciegas y una nota ininteligible, distraen a Joncour del amor que le espera en casa y lo ponen en riesgo de perderlo todo, incluso la vida. Y es la vida la que eventualmente se encarga de ponerlo en su lugar y le hace ver que Heléne, su esposa, también puede ser objeto del deseo de otros y que ella misma es capaz de toda la sensualidad y misterio que él no veía posible en el amor incondicional y sosegado del hogar.  

El mini club en pareja continua. Baldabiou es un gran personaje. Prefiero imaginarlo como el amigo leal. El lago Bajkal, que la gente llama de mil maneras. Música en fuga volando en el cielo. Madame Blanche con los labios entreabiertos, en la prehistoria de una sonrisa. Me decepcionó que Hervé consumara su infidelidad. En la jaula, los pájaros vuelan protegidos del cielo. Hay que agradecerle a la María Ofelia por proponer este libro. Hay cedros que defienden mi soledad. Tenemos una liturgia de hábitos que consiguen defendernos de la infelicidad. Me encanta hacer club con vos. Ella lee un libro, en voz alta, y esto me hace feliz porque no hay una voz más bella que la suya en el mundo. El 2 de julio es un día de seda. Qué buena estrella. Cuidamos este club con la indestructible tenacidad de un jardinero en el trabajo, la mañana después de la tormenta. El manco acertó un cuatro bandas increíbles, con efecto hacia adentro, una geometría imposible. Leve como seda, como diseño en el agua, es el inexplicable espectáculo de nuestra vida. 


Seda es un libro memorable que seguramente tendrá ecos remotos en nuestras lecturas y conversaciones futuras. El Club de la Buena Estrella es mejor con cada nuevo libro. Ahora la ruta de la seda abarca Uruguay, Perú y El Salvador... y se sigue extendiendo a más países, unidos por un hilo de oro que corre derecho en la trama de un tapete tejido por esta entrañable colección de locos.

No hay duda alguna, soy afortunado de tener la inatacable serenidad de los hombres que se sienten en su lugar.

Henry Andino 7 de julio de 2023
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Seda de Alessandro Baricco | Comentario personal