He matado a Careno. El cuchillo hundido en las tripas y la lengua aún caliente en mi bolsillo. Tu vanidad sentenció a ese imbécil.
Es de madrugada aquí en Buenos Aires. No me he atrevido a 'dar el paso' ahora que he leído tu carta. Admito que después de tantas letras, estás logrando hacerme sentir lo suficientemente inútil, que hasta me considero un tanto cretino.
El salón del café está vacío y no se mira a nadie caminando por las aceras. Desde la misma mesa de siempre solo veo la triste luz intermitente de los faroles que alumbran pobremente la calle Rivadavia, ¿qué tramas Chiclana?
He leído todas tus cartas, y cuando digo todas, lo digo puntualmente. Hay algo extraño en ellas. Por un lado, cuando escribo, trato de plasmar un mapa que incluya lo subjetivo y objetivo de la ´sección´ en la que te he buscado. Procuro que cada carta sea una robusta miga de pan, para encontrar el camino en esta ciénaga de tiempos. Pero tus cartas, cancioncillas risibles de reproches, burlas, estupideces, ironías y acertijos; están ensambladas en todas las líneas del tiempo; hablas de los eones, como si fueran los minutos de tu reloj.
No solo es un misterio que recuerdes con lucidez, sino que al recordar, también recuerdas lo que es tuyo y lo que es mío, y no tienes dificultades de diferenciar uno del otro. Reconozco que en cada una de mis cartas solo puedo hacer referencia a una ‘sección’ de manera vaga y simple, y si acaso puedo acaparar sombras de otro mundo, nada más puedo pintar manchas y garabatos nebulosos. Yo, que me desgasto en la interpretación de los murmullos y cacofonías de los fantasmas del tiempo, tengo que enfrentarme, con tristeza y recelo, a que tú, que eres como cualquiera de los hombres, que nada hay en ti que otros no te dupliquen en virtud, puedas resucitar a los muertos y hablar, con tanta facilidad, su lengua. La conclusión parece ser que tú recuerdas lo tuyo, que tú recuerdas lo mío, que tú Chiclana, recuerdas lo nuestro.
Cuando escribiste sobre el ‘concilio’, creí que era para burlarte de mí, pero ahora... ahora tengo miedo de que sean el tiempo y los ‘pasos’ quienes se ríen en mi cara mientras yo soy quien les da la espalda para cumplir el convencionalismo ¿no es así? He hurgado en esta cabeza estropeada y me horroriza, me deja sin respuesta y acción el hecho de que ‘concilio’ sea una palabra llena, completa y con sentido para mí. Estoy comenzando a descubrir, Chiclana, que en mi cabeza hay una cadena flagelada de asociaciones, un rompecabezas regado sobre la alfombra donde ‘cuchillo’, ‘concilio’, ‘tiempo’ y la proposición “y sin embargo se mueve”; son todas piezas, huesos, cuerpos de una sola cosa. Veo un espectro, que bien puede ser un sonido, a lo mejor una imagen y, muy probablemente, un invento... de un papel, una nota a mi nombre, un mandato y dos personas. Una de ellas eres tú, Jacinto Chiclana, el traicionero, el de laya infiel. La otra persona simplemente es un nombre largo del que solo recuerdo un Acevedo. El mandato es un cuchillo anudado en el corazón.
Algo me dice que no debería caer en estas falacias que me hacen ver como un pibe tontuelo que llora por los callejones polvorosos del barrio, buscando a su madre para que le ponga ungüento en las piernas irritadas.
A costa de mi dignidad y, sobretodo, en contra de toda sensatez que es dogma de un hombre de ley, accederé a tus seducciones que son comidilla para mis caprichos.
¿Uruguay? ¿1882? ¿Ireneo? De acuerdo.
Ñato Iberra
Buenos Aires, 1929
A costa de mi dignidad y, sobretodo, en contra de toda sensatez que es dogma de un hombre de ley, accederé a tus seducciones que son comidilla para mis caprichos.
¿Uruguay? ¿1882? ¿Ireneo? De acuerdo.
Ñato Iberra
Buenos Aires, 1929
Series CBE: "Y sin embargo se mueve" (Capítulo 5)